Expulsiones de campamentos en Francia, discriminaciones en Hungría y Rumania... Los gitanos siguen siendo hostigados en muchos países. La imagen de una etnia sin lazos nacionales conlleva también desconocimiento de la historia, la cultura y la realidad romaní.
Como viejo continente diferenciado, Europa no podría definirse como una asociación de tribus yuxtapuestas. Pero las crisis nacionales favorecen el crecimiento del irracionalismo político, aumentando las frustraciones recíprocas. Los clichés de la vieja “psicología de los pueblos” vuelven con fuerza: el alemán sería “disciplinado”, el francés “chovinista”, el griego “mediterráneo” y el [gitano de la etnia] rom “nómade”. ¿Nómade? Hace cuatro siglos que los gitanos de Europa central o balcánica son… sedentarios. Las familias tienen lazos estables y antiguos con sus territorios. No se multiplicaron por generación espontánea en medio de campamentos erráticos. Entonces, ¿por qué el mito del “nomadismo gitano” conoce semejante éxito político? ¿Por qué diabólico movimiento los ocupantes de “campamentos ilegales” –por lo demás, hace una década con autorización de las prefecturas– pasaron a ser “gitanos migrantes”, “nómades administrativos” que mañana serán asignados al acantonamiento? ¿Por qué no se percibe el peligro de dejar que sobre familias así concentradas se cierre la asfixiante tenaza de la identificación y de los archivos colectivos?
La Europa del pasado recuerda lo peligrosa que es la clasificación étnica cuando se convierte en principio organizador. Ahora bien, la construcción artificial a escala europea de una “cuestión rom” oculta los pródromos de una exclusión...
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