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Costumbres y males de la publicación científica

“Publicar o perecer”: la sentencia del zoólogo Harold J. Coolidge sintetiza la vida de un investigador.

Para el prestigio académico no cuenta que las clases de un investigador sean brillantes y sus alumnos destacados, ni que prepare el café a sus colegas por la mañana: la evaluación del trabajo de investigación radica, a fin de cuentas, en la cantidad y calidad de los artículos publicados en revistas científicas. La clave está en la exposición ordenada de los resultados, que pasa por las horcas caudinas de la revisión por los expertos en la materia, que suele denominarse revisión por los pares, o peer-review.

Las publicaciones se especializan en los distintos campos de investigación. Por ejemplo, un experto en historia moderna de Francia puede elegir entre unas diez revistas del Hexágono, y cerca de cien periódicos recogen los trabajos de investigación en física. Para decidir a qué puerta golpear, deben adaptarse las propias aspiraciones, teniendo en cuenta el factor de impacto de la revista, es decir, su valor en el mercado del conocimiento. Ese valor no se establece en función de sus lectores sino de la cifra promedio de citación de los artículos de cada revista en otros artículos científicos. Conviene apuntar bien: demasiado abajo (a una revista poco conocida), implica que, independientemente de su calidad, el artículo no será apreciado en su justo valor; demasiado arriba (a las mejores publicaciones), implica que los revisores pueden bloquearlo durante meses, y finalmente rechazarlo. La competencia entre los equipos de investigación es altísima, así que es posible perder en la línea de llegada...

Artículo completo: 283 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de enero 2013
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Richard Monvoisin

Investigador, miembro del Colectivo de investigación transdisciplinaria espíritu crítico y ciencias (Cortecs), Grenoble.

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