En Francia la cultura ha sido siempre un asunto de Estado. En los últimos años han crecido las “donaciones culturales” por parte de las grandes empresas. ¿Será solo por amor al arte?
“Los museos se venden a bajo precio a empresarios. Ver el apellido Wendel (…) en las paredes del Centro Pompidou de Metz, me produce malestar.” Durante la campaña presidencial, Aurélie Filippetti, por aquel entonces diputada de Moselle, se sublevó contra la asociación entre un museo y un grupo anteriormente siderúrgico “que reinó durante siglos sobre el acero en Lorena”, ahora reconvertido en fondos de inversión. En un comunicado, el grupo Wendel declaró su “estupefacción” frente a ese discurso: lo cierto es que contradecía los esfuerzos realizados en Francia en la última década para desarrollar el mecenazgo y hacer del museo un espacio donde “la empresa se sienta en su propia casa”, en palabras de la directora de desarrollo del Museo del Louvre, en 2005.
Actualmente, Filippetti es Ministra de Cultura y Comunicación, y no solo el apellido Wendel sigue figurando en la pared del Centro Pompidou-Metz, sino que ella misma no deja de reiterar su adhesión al mecenazgo empresarial. Más aún, la ministra defendió en una de sus primeras intervenciones las ventajas fiscales asociadas a este tipo de financiamiento: “El Estado no puede privarse del aporte del mecenazgo (3)”, sobre todo en un momento en que el gasto público de cultura se reduce. Jean-Marc Ayrault define su gobierno en continuidad con el de sus predecesores, que desde hace treinta años procuraron…
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