¿A qué edad se es viejo?

En la actualidad se expande el intervalo entre la edad de retiro profesional y la “edad de entrada a la vejez”. Frente a una sociedad que aún no ha procesado esta transformación, las personas dentro de esa franja etaria son calificadas de “jóvenes” o “viejas” según la motivación política, laboral, económica o familiar que las juzgue.

No es casual que los tres discursos dominantes sobre las personas mayores sean de orden demográfico, médico y económico: al no pensar en la vejez, se focalizan en el número, el cuerpo y el costo. La dificultad misma para nombrar a estas personas refleja el malestar: siendo “viejo”, por oposición a “joven”, percibido casi como un insulto, la palabra se volvió prácticamente un tabú. Según las modas, se habla pues de “personas mayores”, “seniors”, “mayores” o “ancianos”.

El temor a la vejez y la obsesión economicista conducen a deformar la realidad: se exagera siempre el número de aquellos a quienes se detesta. Así, desdeñando la información, Valérie Pécresse, por entonces ministra de Educación Superior de Francia, señalaba el “flagelo del envejecimiento” (“Ripostes”, France 5, 24-4-08). Presentando el plan “Solidaridad con la tercera edad”, el 27 de junio de 2006, Philippe Bas, entonces ministro delegado para la Tercera Edad, hablaba de “tsunami demográfico”. Y la actual ministra delegada para la Tercera Edad y la Autonomía, Michèle Delaunay, repite la misma cantinela: Francia tiene “más personas mayores que menores”, sostiene, mientras que Le Monde asegura: “Los viejos están a punto de convertirse en mayoría” (21-2-13). Unos años antes, el demógrafo Jacques Dupâquier declaraba: “En 2050, [Francia] se parecerá mucho más a un asilo de ancianos que a un gimnasio” (discurso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, 8-1-07). Dando por sentado que sólo los jóvenes hacen deporte...