Pensado en el período apenas posterior a la Segunda Guerra Mundial como una consecuencia inevitable del crecimiento económico, el paradigma del desarrollo se volvió menos ambicioso cuando la crisis económica golpeó África en los años 80 y las instituciones multilaterales crearon las iniciativas supuestamente paliativas que serían conocidas como “estrategias de reducción de la pobreza”. El Banco Mundial publicó su primer informe anual sobre el desarrollo en el mundo en 1978, cuyo tema era: “Acelerar el crecimiento, reducir la pobreza”. Intentando responder a la situación sanitaria, la arquitectura de ayuda para el desarrollo se modificó en el transcurso de las tres décadas siguientes. A los actores clásicos de la ayuda bilateral y de las organizaciones no gubernamentales, que secundan a la Organización Mundial de la Salud (OMS), se le sumaron nuevos integrantes.
Severamente criticado por los estragos que causaron sus políticas de ajuste estructural, el Banco Mundial decidió entonces “invertir en salud” (título de su informe sobre el desarrollo en el mundo en 1993). “Porque un individuo en buen estado de salud es económicamente más productivo, y la tasa de crecimiento del país gana con eso –se lee en el informe–, la inversión en salud siendo un medio, entre otros, para acelerar el desarrollo”. Por primera vez, la OMS se vio obligada a compartir sus prerrogativas sobre salud y desarrollo...
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