Una ruta, a veces un simple camino de tierra, separa ambos mundos. Del lado feo, casas bajas de bloques de hormigón o chapa ondulada, entradas cubiertas con telas colgadas, cables eléctricos pelados a ras del suelo, un aspecto de provisorio que no se termina. Del otro, casas de varios pisos, elegantes, no necesariamente lujosas, pero que respiran bienestar y estabilidad.
Del lado lindo, familias de funcionarios, docentes, médicos, que gozan de todas las ventajas de la nacionalidad kuwaití, dueños de sus viviendas gracias a los subsidios gubernamentales. Del otro, familias de ex funcionarios, ex policías, ex militares, que descubrieron, a comienzos de los años 1990, que no eran “nacionales” y se vieron privados de sus derechos, excluidos de las escuelas y los hospitales públicos. Simples locatarios, pagan un alquiler mensual al gobierno...
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