Para el director de la Schaubühne de Berlín, no puede haber teatro si no existe inversión pública a largo plazo, y un profundo vínculo con la sociedad. En este texto analiza las condiciones “materiales y espirituales” de un teatro renovado. Thomas Ostermeier se preocupa no sólo por la austeridad que afecta al teatro europeo sino también por su tendencia a dejarse llevar por la ideología dominante.
En las pretendidas democracias occidentales, la preservación del interés general obliga a cada Estado a cobrar impuestos cuyo producto será destinado, por diversas instituciones, a fines que ellas consideran justos o indispensables. Pido perdón por la chatura de este preámbulo, pero es importante recordar hasta qué punto la noción de misión pública está inscrita en el núcleo mismo de nuestras sociedades para permitir a los individuos y a los grupos sociales… ¿Qué cosa? ¿Ser felices? ¿Tener éxito? ¿Instruirse? ¿Abrirse a otras ideas, a otras personas, a otros grupos?
La marcha triunfal del neoliberalismo, iniciada en Chicago en la década de 1970 y acelerada por el derrumbe del “socialismo real” dio como resultado la desregulación de los mercados financieros, y también la privatización de servicios e instituciones que hasta entonces pertenecían a la esfera pública. Ese cambio de paradigma influyó en la pérdida de legitimidad del teatro en ese mismo período. Una gran parte de la izquierda de Europa occidental, tradicionalmente escéptica con respecto a las instituciones, por no decir anti-estatista, se encuentra así en la dolorosa obligación de tener que defender al Estado ante la ofensiva de los nuevos discípulos del (...)
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