Un Chile para todas las edades

La fragmentación social es fundamental para el éxito de cierto poder. El poder del capital, entendido éste como síntesis de la relación moderna entre valores de uso y valores de cambio, donde estos últimos rigen el curso de los primeros, se maximiza en tanto más diferencias pueda producir hacia el entramado social. Si estas diferencias logran naturalizarse por medio de campos sagrados en nuestra cultura moderna como la ciencia, la política, las creencias religiosas, las leyes o el sentido común (en el cual todos los anteriores intervienen), y estas diferencias se entienden como principio de relaciones desiguales, entonces el éxito para la reproducción del capital, del gobierno de unos pocos sobre las mayorías, está listo. ¿Por qué? Porque la producción social de toda diferencia y desigualdad se sustenta sobre la construcción de un ideal, un prototipo que se hace dominante. Lo que no se acomode a ese ideal, esa norma, es diferente y por tanto desigual. Al desigual le corresponden desiguales derechos y oportunidades.

No es un simple juego entre variables el que planteamos, ni un mero ejercicio sociológico, es en pocas palabras la explicación del por qué se reproducen todas las diferencias al interior de nuestras sociedades, entre ellas las generacionales, y por qué ellas se presentan como irreconciliables al ser comprendidas entre desiguales. La reproducción de las diferencias entre géneros, entre generaciones, entre etnias y grupos sociales por color de la piel, entre ricos y pobres, es fundamental para localizar la lucha en esos niveles y mantener casi intocable la verdadera dominación...