Allende es inagotable. Su perfil político, sus circunstancias y el proyecto que levantó le otorgan la singularidad de un sujeto único e irrepetible. Esta característica hace que Allende y el allendismo sigan produciendo nuevos reflejos a medida que pasa el tiempo. La imitación es imposible, entonces el aura del original no deja de producir destellos confiables, es decir inútiles para la falsificación y en cambio indispensables para despertar la inspiración que requieren las obras nuevas. Por eso, luego de releer el libro Salvador Allende: ¿sueño o proyecto?, después de cinco años de su publicación, pienso en matices que quisiera precisar y reflexiones que añadir. Sin embargo, he respetado el texto original y en esta segunda edición me he limitado a algunas correcciones más bien formales y a exponer unos ángulos no considerados en 2008.
En primer lugar debo precisar un par de cuestiones que han sido recurrentes consultas de los lectores. Algunos han interpretado que tendí a encasillar las candidaturas de Allende de 1952 y 1958 en una matriz “frentepopulista”, una proyección de la izquierda de 1938, y a las de 1964 y 1970 en posiciones más radicales. Si eso surge de mi texto, he incurrido en una simplificación. Reafirmo, sin embargo, que es posible considerar las dos primeras candidaturas como una “proyección” del esfuerzo unitario de 1938 sin por ello desvincularlas de las campañas de 1964 y 1970. En particular, pienso que la mirada externa sobre Allende, sobre todo la estadounidense, se modificó fuertemente por el triunfo de la Revolución Cubana en 1959. De este modo, mientras antes la izquierda chilena podía ser analizada como un factor emergente pero en un marco incontestable de dominio norteamericano en América Latina, a partir de la Revolución Cubana la izquierda chilena pasó a representar un grave peligro para los intereses estratégicos de Estados Unidos. Es evidente, además, que la experiencia cubana modificó y radicalizó el pensamiento de la mayoría de las corrientes que constituían el “allendismo”.
Un segundo tema sobre el que he sido consultado es respecto al concepto de dictadura del proletariado. Uno de los principales puntos de mi examen de la Unidad Popular es que los partidos que la integraban no tenían una total sintonía con la elaboración que Allende llamó “vía chilena al socialismo”. En el caso del Partido Comunista esta falta de sintonía se expresó mayormente en un plano puramente teórico y en relación precisamente con este concepto, como lo ha señalado el propio Luis Corvalán en uno de sus libros. No ignoro que dicha idea, en la interpretación comunista chilena, es una manera clásica de denominar una forma particular de democracia en la que el proletariado ejerce la hegemonía. El punto es otro: el concepto tenía (y tiene) una carga generada por el uso del término “dictadura” y por su práctica en los países de Europa del Este. En este sentido, constituía una pieza que no calzaba en el engranaje conceptual sostenido por Allende. En todo caso, es adecuado precisar que era una idea no sólo parte del bagaje teórico comunista sino también del que inspiraba a otros sectores de la Unidad Popular y del propio Partido Socialista.
Allende fue un orfebre de la política y supo aunar las diferencias en un ideario básico compartido. Reitero: aunar, más que zanjar. Allende era un demócrata en su práctica política, (…)
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