Muchos rohingyas, minoría musulmana perseguida en Birmania, se encuentran en Tailandia, país que amenaza con expulsarlos, mientras los utiliza como mano de obra barata...
Alo largo de Ranong, el principal puerto de pesca de Tailandia -tercer exportador mundial de peces y de productos pesqueros con sólo sesenta y nueve millones de habitantes (1)- los barcos de arrastre surcan sin descanso el mar de Andaman. De los millares de toneladas de pescado que se extraen, dos tercios parten hacia Asia Oriental, Europa y América, y el resto es envasado inmediatamente en los barrios aledaños. Un fuerte hedor emana de las fábricas protegidas por altas paredes.
¿Cuál es la razón de tanta discreción? Los dirigentes de estas empresas no quieren hacer publicidad de su principal fuente de rentabilidad: los birmanos que un día franquearon el estrecho brazo de mar que separa los dos países para venir a trabajar en sus barcos y en sus talleres. ¿Están en situación regular o irregular? ¿Se les paga correctamente? ¿Se los respeta? ¿Incluso a los adultos? Estas preguntas no son de agrado para los empleadores. Entonces lograr penetrar en el lugar parece realmente utópico: los correos electrónicos quedan sin respuesta, las evasivas son cada vez más frecuentes. Y los guardias vigilan las entradas...
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