El 23 de diciembre pasado, el presidente uruguayo José Mujica aprobó un proyecto de ley que permite la creación de un mercado regulado y legal del cannabis, convirtiéndose así en el primer jefe de Estado en legalizar la producción y la venta –en una red de farmacias– de una droga prohibida en la mayor parte del planeta.
En México, los retratos de personas desaparecidas tapizan las paredes, como si se tratara de una gigantesca campaña publicitaria urdida por un mercader de hombres. Según Human Rights Watch, más de sesenta mil mexicanos perdieron la vida en la “guerra contra la droga” que lanzó el ex presidente Felipe Calderón en 2006. Baño de sangre alimentado por dos fuentes cruzadas: por un lado, Estados Unidos, que acarrea dinero y armas del otro lado del Río Grande para reprimir el tráfico de estupefacientes; por el otro, los carteles, que se disputan el control de los circuitos de entrega (1). Como asevera el escritor Charles Bowden, la guerra contra la droga se enlaza con la guerra por la droga. Ambas son igualmente mortales.
Hasta hace poco predominaba un cierto fatalismo, inspirado en la constatación de que el salvajismo no puede ser detenido, sino tan solo desplazado. Pero desde hace dos años los dirigentes latinoamericanos, incluso el presidente colombiano Juan Manuel Santos, se inclinan públicamente por romper con el dogma represivo y ejecutar una política distinta. La única, aseguran, capaz de erradicar el mercado de la droga. Este es el camino que hoy emprende Uruguay. José Mujica, su presidente, hoy es el único jefe de Estado del mundo que legalizó la producción y venta de una droga…
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