El sol hace brillar las aguas transparentes del Mar de Seto. Una multitud atípica de sombreros y grandes sonrisas colman el transbordador, dándole aires de vacaciones. La gran isla de Honshu ya está lejos, los pequeños puertos desaparecen. Cuando a estribor comienzan avisorarse en los acantilados las casas prefabricadas, se escucha el disparo de las cámaras de foto. “¡Es la bahía de Tanoura, es allí donde quieren construir la central!”. Procedentes de Ibaraki, nordeste de Tokio, militantes antinucleares se dirigen a la isla de los irreductibles, Iwaishima.
Ese minúsculo peñasco ubicado en la entrada del mar interior de Japón, al sur de Hiroshima, y poblado por apenas cuatrocientos setenta almas, se convirtió en un lugar de peregrinaje para todos los opositores del átomo del archipiélago. Hace más de treinta años que esa aldea de pescadores y agricultores se opone decididamente a la construcción de dos reactores sobre la orilla de enfrente, a cuatro kilómetros de sus campos de nísperos y en el corazón de su zona de pesca privilegiada, donde el besugo es atrapado con anzuelo. Manifestaciones, peticiones, sentadas, ocupaciones del sitio: Iwaishima resiste incansablemente y consigue retrasar la obra…
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