Historia, cultura, economía, estrategia, geografía: para tratar de comprender una crisis, hay que incorporar estos datos complementarios a las percepciones en juego de los actores implicados, sin exclusiones. No obstante, parece que las cancillerías occidentales prefieren el simplismo de las proclamas morales a estas consideraciones.
El tratamiento mediático de los acontecimientos recientes en Ucrania lo confirma: para una parte de la diplomacia occidental, las crisis ya no manifiestan la asimetría entre los intereses y la percepción de actores responsables, sino que constituyen un Armagedón donde se juega el sentido de la historia. Rusia se presta de maravillas a esta dramatización que tiene el mérito de la simplicidad. Para muchos analistas, este Estado bárbaro, gobernado por los cosacos, se parece a un lugar semimongol mantenido por los epígonos de la KGB, que traman sombríos complots al servicio de zares neuróticos que chapotean en las aguas heladas del cinismo egoísta.
Recluidos, fuera de época, estos autócratas desplazan lentamente los peones sobre grandes tableros de ajedrez de marfil en lugar de leer The Economist. De vez en cuando, hunden un submarino nuclear por el placer de contaminar el mar Blanco, esperando provocar en el “exterior cercano” un referéndum ilegal para reconstituir la URSS…
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