El 12 de febrero pasado, tres jóvenes venezolanos resultaron muertos en una manifestación antigubernamental en Caracas. Esa jornada sangrienta fue el puntapié inicial para una avalancha de artículos y editoriales con títulos dramáticos: “La violencia hace tambalear a Venezuela” (The Wall Street Journal, 12 de febrero); “Venezuela en crisis, es la Ucrania de América Latina” (Le Figaro, 1 y 2 de marzo) ; “Los venezolanos en el atolladero del ‘chavismo’” (Le Monde, 12 de marzo).
El gobierno estadounidense no tardó en unirse al coro de Casandras. El 21 de febrero de 2014, el secretario de Estado John Kerry denunció una “tentativa tendiente a ahogar la protesta”. Para quienes observan la situación a través del prisma de los grandes medios y las declaraciones de Washington, es como si una juventud que anhela la paz y la democracia chocara contra la brutal represión de un Estado petrolero cuyos dirigentes han perdido contacto con el pueblo real. Un año después de la muerte de Hugo Chávez, las cartas están echadas. El historiador mexicano Enrique Krauze condensa esta visión en una columna de opinión publicada por El País (26 de febrero) y The New York Times (28 de febrero): “Venezuela se desliza claramente hacia la dictadura”. ¿Pero esa representación del presidente Nicolás Maduro como el Ceausescu de los Trópicos refleja realmente la crisis que atraviesa el país?…
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