“Trabajar de otro modo”, “reconciliar el capital y el trabajo”, “poner la economía al servicio del hombre”: son algunos de los eslóganes que esgrimen desde hace más de un siglo las asociaciones que, al igual que las empresas cooperativas y mutualistas, se inscriben en la tradición histórica de la economía social y solidaria (ESS). Por su propia existencia y sus modos de funcionamiento, todas tienen la pretensión de encarnar una alternativa a la organización capitalista de las relaciones sociales de producción.
Las nociones de “democracia interna” y de “misión de interés colectivo” (o “de finalidad social”), junto con la idea de “sin fines de lucro”, figuran entre los fundamentos de los estatutos de las organizaciones de la ESS. En un contexto donde el estímulo de la competitividad y la rentabilidad no deja olvidar al mundo laboral su origen semántico –del latín tripalium, un instrumento de tortura–, el “tercer sector” se muestra cada vez más como un oasis protector. En este universo, que emplea a cerca de 2,3 millones de personas en Francia (es decir, a cerca del 10 % del empleo en relación de dependencia) (1), se espera “trabajar de otra manera” (como recuerda el lema de las cámaras regionales de la economía social, CRES)…
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