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El muralismo, una vanguardia pictórica y política

¡Que viva México!

Tras la estela de la revolución mexicana de principios del siglo XX, los artistas se unieron con la intención de crear obras que dejaran percibir a los demás sus causas y aspiraciones. Con sus frescos, pinturas sobre las paredes de los lugares públicos, ofrecían el encuentro entre la tradición y la modernidad, la transformación de la realidad común en leyenda. Firmaron así uno de los grandes manifiestos del compromiso.

En 1922, bajo la égida de la Secretaría de Educación Pública, un puñado de artistas trabajaba activamente en el patio de un antiguo edificio colonial de México. Pintaban gigantes: campesinos, mineros, indios sin tierra, capataces, banqueros corpulentos; pintaban al pueblo en armas, sus héroes, sus opresores, su trabajo, sus fiestas, su historia, la epopeya de la Revolución Mexicana.

Siempre en 1922, esos mismos artistas y decenas de otros se agruparon en un Sindicato de Obreros, Técnicos, Pintores y Escultores. Firmaron una “Declaración social, política y estética” dirigida “a las razas nativas humilladas a través de los siglos; a los soldados convertidos en verdugos por sus jefes; a los trabajadores y campesinos azotados por los ricos; a los intelectuales que no adulan a la burguesía”. Condenando la pintura de caballete, considerada “ultra-intelectual y aristocrática”, este manifiesto fundador del muralismo mexicano proclamaba la necesidad de un arte monumental y público, un “arte para todos, de educación y de lucha”. Su objetivo: inscribirse en el mundo, crear un mundo. Elegía como soporte el muro, representante del espacio social…

Artículo completo: 267 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de junio 2014
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Laurent Courtens

Crítico de arte, programador del Instituto Superior para el Estudio del Lenguaje Plástico (Bruselas).

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