Hay experiencias transformadoras no muy conocidas y sin estridencia política. Uno de estos cambios ocurre en el mundo educativo. Se trata de la empresa pedagógica autogestionada del Colegio “Paulo Freire” en la comuna de San Miguel.
La idea de instalarlo comenzó a ser debatida desde el 2012, a partir de la reflexión del Movimiento de Pobladores en Lucha (MPL) y que formó parte de otras iniciativas educativas. Fue la “continuidad de otros esfuerzos como el Jardín Epuwen, el diplomado en Movimientos Sociales Latinoamericanos y Autogestión Comunitaria, la Escuela del Nuevo Poblador, o los Cursos de Especialización en Producción Social del Hábitat” (1). Y, esto de centrar esfuerzos en la educación deriva del carácter atribuido al papel pedagógico: es liberador o es alienante. Las dificultades no fueron pocas, pero los sedujo el desafío de proponer una alternativa. Vencieron a la burocracia estatal para ser “reconocidos” como colegio; asimismo se endeudaron para financiar la “empresa” y tampoco le hicieron asco al martillo, a la pala o al serrucho para “acomodar” las instalaciones. Recién a fines del 2013 fueron “reconocidos” por el Estado...
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