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Don Nicanor. Una tacita de té en La Reina

Lo he visitado más de una vez, pero no quiero pecar de abuso de confianza y presumir una familiaridad mayor. Además de verlo por asuntos hasta de trabajo, soy más bien un poeta menor respetuoso que ha tenido el privilegio de conocerlo y haber estado con don Nicanor en diversas oportunidades. Me ubico: cuando yo nací, en 1954, Don Nicanor ya tenía 40 años y estaba publicando sus Poemas y Antipoemas. El mismo año, su hermana –la señora Violeta– recibió el Premio Caupolicán como folclorista. Él habla de la “amistad a domicilio” y con ese afecto he conocido algunas de sus casas: la de Conchalí, Las Cruces y la de La Reina.

A esta última algunas veces fui junto con Erwin Díaz, autor de la antología De Parra a nuestros días. Ambos peatones, gente de a pie, que debíamos tomar aliento cerca de Avenida Ossandón para iniciar el ascenso hacia la colina del antipoeta. No era precisamente el Olimpo, pero igual había que subir hasta que se acababa el pavimento y sentir que de repente se terminaba la ciudad y estábamos en un sendero campestre, donde había que buscar la parcela ubicada en Julia Berstein. El número 272-D (no es cualquier D: es “D de Dios”, aclara el dueño de casa al dar la dirección). Tras la verja de entrada, un sendero umbroso que se pierde en una curva. Da la impresión de internarse en un bosque, pero al doblar ya se está en la amplia terraza de la(s) casa(s). No era llegar y pasar… por los perros: el “Violín” o el “Conchalí” u otros. Hay que tocar la campana. Hospitalario, don Nica baja a recibir con las manos extendidas. Y ofrece té o derechamente cazuela si nos sorprendía la hora de almuerzo...

Artículo completo: 315 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de octubre 2014
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Jorge Montealegre

Poeta, ensayista y guionista

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