Un visitante que, después de una larga ausencia, paseara hoy en día por la plaza de los Cocoteros o por las playas de Anse Vata, en Numea, no se encontraría con la Nueva Caledonia anterior a los acontecimientos de 1984-1988. En otros tiempos polarizada entre un centro sin verdadero espacio público, casi reservado para los europeos, y las grandes urbanizaciones de hormigón mal comunicadas en las que se amontonan canacos y otros habitantes de Oceanía, la ciudad poco a poco se fue volviendo más animada, más integrada. El cuadro abigarrado que ofrece la Nueva Caledonia actual refleja los avances realizados en los últimos veinticinco años. De lo que se trata ahora es de armar el futuro político de este ex territorio de ultramar que se transformó en una “colectividad de ultramar sui generis”, con un estatus único –y transitorio–.
El proceso de descolonización, iniciado hace un cuarto de siglo, podría estar terminándose en los próximos cuatro años. El Tratado de Numea, firmado en 1998 por el Estado francés, los anti-independentistas de la Confederación por Caledonia en la República (CCR) y el Frente de Liberación Nacional Canaco Socialista (FLNKS), fue ratificado ese mismo año mediante un referéndum. Invita a las distintas comunidades a superar sus antagonismos heredados del largo período colonial para forjar un destino común...
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