La construcción de una base naval en la turística isla de Jeju, en Corea del Sur, suscita una fuerte oposición local, que acusa al gobierno de ofrecer al ejército estadounidense un puesto de avanzada estratégico frente a China. Las instalaciones deberían servir sobre todo para el despliegue de las nuevas ambiciones marítimas de Seúl, con las crecientes tensiones militares en el Pacífico como telón de fondo.
Desde hace dos años y medio, en la costa sur de la isla de Jeju, al oeste del estrecho de Corea, se repite todos los días el mismo ritual, triste e irrisorio. Un puñado de militantes sentados en sillas de plástico bloquea la entrada de la construcción de la base naval de Gangjeong. Un batallón de policías levanta en silencio a los opositores, impasibles y sujetos a sus sillas. Liberado el paso, un convoy de camiones entra a la obra. Los militantes, con toda calma, vuelven a sentarse frente a la entrada… y esperan ser eyectados a la llegada del próximo convoy, algunas horas más tarde.
Muchos de estos obstinados son curas. “Estamos hartos de ir a la cárcel”, suspira Choi Sung-hee, una de las coordinadoras del movimiento. “El gobierno no se anima tanto a reprimir a los religiosos. Para reducir a silencio a toda la oposición, lleva ante la justicia a tantos militantes como le es posible, incluso a aquellos que no cometieron ningún acto violento. Yo misma tengo que enfrentar cuatro juicios”, cuenta la joven surcoreana, con voz cansada...
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