Ya no se puede negar los efectos de la actividad humana sobre el clima. Los dirigentes del planeta realizarán, a fines de año en París, la 21 Conferencia de la ONU sobre el clima (COP 21), pero al parecer aún no hay verdadera conciencia de la situación y su complejidad.
Entre 2006 y 2011, Siria conoció la más larga sequía y la más importante pérdida de cosechas jamás registrada desde las primeras civilizaciones de la “medialuna fértil”. En total, de los veintidós millones de habitantes con que contaba entonces el país, cerca de un millón y medio fueron impactados por la desertificación, lo que provocó migraciones masivas de granjeros, criadores y de familias rurales hacia las ciudades. Este éxodo intensificó las tensiones provocadas por la afluencia de refugiados iraquíes que había continuado tras la invasión estadounidense de 2003. Durante decenios, el régimen baasista de Damasco descuidó los recursos del país, subvencionó cultivos de trigo y de algodón que requerían mucha agua y alentó técnicas de irrigación ineficaces. Pastoreo intensivo y alza demográfica reforzaron el proceso. Los recursos hídricos cayeron a la mitad entre 2002 y 2008...
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