El oso polar, animal geopolítico

El oso polar se convirtió en el símbolo de una biodiversidad en peligro bajo la amenaza del recalentamiento climático. Sin embargo, resulta imposible disociar la protección de la especie de una plétora de cuestiones geopolíticas en un territorio, el Ártico, que despierta las ambiciones de las naciones circumpolares. Esta es una dimensión de la que las organizaciones medioambientales no son siempre conscientes, de la misma forma que no evalúan el papel de los pueblos autóctonos.

En abril de 2010, Vladimir Putin, entonces primer ministro de Rusia, se tomó una foto con un oso polar -una hembra previamente anestesiada por científicos- en el archipiélago Francios-Joseph, en el extremo norte del país. El discurso ecologista que expresó entonces, en favor de la protección del animal y del Ártico, disimulaba apenas algunas ideas que tenía en mente.

En marzo de 2015, a pocos meses de la apertura de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los cambios climáticos (COP21), que tendrá lugar a fin de noviembre en París, la reducción de la superficie de hielos marinos que cubren el Océano Ártico alcanzó un récord, al punto que los mismos podrían desaparecer totalmente en 2100, o incluso en 2050. El oso polar, nanuk en lengua de los inuitas, que lo adoran y lo cazan sólo de manera esporádica no puede vivir sin esos bancos de hielo, donde hallan sus principales presas, las focas. Así es que, actualmente en peligro, el oso blanco se convirtió en el estandarte de la lucha contra el calentamiento climático: por ejemplo, los militantes de la organización no gubernamental (ONG) Greenpeace, durante sus acciones de sensibilización se disfrazan frecuentemente de osos blancos. Para colmo, otras amenazan pesan sobre esos animales, cuya población se estima en 20.000 o 25.000 individuos: la caza, la caza furtiva, y los productos contaminantes que se concentran en los tejidos de este último eslabón de la cadena alimentaria...