En 2004, el Tribunal Internacional de Justicia ordenó a Israel que parara los trabajos de construcción; sin embargo, este continúa erigiendo un muro de separación que se vuelve cada día más alienante para los palestinos. Colocando las fronteras donde mejor le parece, el ocupante impone su dominación en los puntos de tránsito y por medio de innumerables barreras que dividen el territorio de Cisjordania.
Vivir en Palestina significa acostumbrarse a ser arrestado en cualquier momento. Las barreras no se reducen a las personas abatidas, a las embarazadas que pierden a su bebé y a los enfermos que mueren por haber tenido que esperar demasiado tiempo; constituyen un lugar privilegiado para observar el espectáculo de la ocupación. Según la época, las organizaciones humanitarias contabilizan hasta más de quinientas barreras de todo tipo que articulan nuestras vidas: permanentes, provisionales, volátiles, móviles, temporales… El colonizador las diseña a su gusto. Algunas son “internacionales”, como entre la Franja de Gaza e Israel. Otras dividen Cisjordania en una multitud de entidades separadas que pertenecen, en teoría, a tres zonas discontinuas: la primera está ligada a las prerrogativas de la Autoridad Palestina en materia de seguridad, la segunda es administrada de forma conjunta y la tercera es controlada en su totalidad por Israel. Esta clasificación da a la Autoridad Palestina un poder ilusorio, ya que, en la práctica, soldados y policías israelíes pueden mandar un obstáculo móvil militarizado cuando y hacia donde quieran, tal y como se pudo ver en Al-Bireh, a unos cientos de metros de la Mouqata’a, la sede de la presidencia palestina en Ramallah...
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