Los países, al igual que las personas y las organizaciones, aprenden de las experiencias traumáticas y de sus consecuencias. Estos aprendizajes se convierten la mayoría de las veces en estrategias más simples o complejas de afrontamiento y superación de la adversidad. La noción de resiliencia es la apropiada para referir esta capacidad de absorber y transformar lo aversivo en repertorios cognitivos y conductuales útiles para la superación de los contratiempos y obstáculos. Ser resiliente implica convicción en el potencial propio.
En menos de diez años hemos debido enfrentar como país, los rigores que nos impone nuestro territorio en la viva y sorprendente naturaleza que habitamos. Así desde 1907, hemos tenido una concatenada sucesión de megaeventos naturales que ponen a prueba la templanza de nuestra población, así como su capacidad de respuesta y de cohesión social para superarlas. Desde el terremoto de Tocopilla ocurrido el 2007 se ha debido -en menos de una década- enfrentar sucesivos eventos catastróficos, como la erupción del volcán Chaitén (2008), el terremoto del 27-F en 2010, los incendios de Valparaíso del 2014, los terremotos de Arica y Parinacota de ese mismo año, los aluviones del Norte Grande y la erupción del volcán Calbuco que han antecedido a este último sismo, cuyas réplicas continúan con mayor o menor intensidad...
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