Cierta necesidad absoluta de la obra literaria o cinematográfica se ha perdido. Cada año, cientos de libros, de películas de cine o para televisión se escriben, producen y realizan; ¿pero a qué necesidad imperiosa responde esta profusión? ¿Una necesidad profundamente política, en el sentido de lo “que concierne a la sociedad”? ¿Una necesidad íntima, donde la vida misma de los autores estaría en juego? ¿Una necesidad intelectual de meter el dedo en la llaga? No. En la actualidad, una sola y única necesidad domina la creación: la necesidad financiera. La prensa publica regularmente las mejores ventas y los mejores estrenos, como un palmarés donde la excelencia se mide en función de las ganancias.
La autoridad del éxito prima sobre la autoridad del talento.
Las cifras borran la palabra y la imagen.
Para los inversionistas públicos o privados es imperioso, entonces, sacar a la luz temas “consensuales”. De esos que, con tal de responder a las exigencias de la rentabilidad, desbaratan la ferviente necesidad que debería animar a sus autores. Para ello, el novelista o el director de cine se ve actualmente conminado a responder, primero que nada, una única pregunta: “¿Cuál es el tema?” Ya no es, como en Molière, “¡El pulmón, el pulmón, el pulmón!”, sino “¡El tema, el tema, el tema!”...
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