En varias oportunidades, Rata Yirang hace restallar su lengua emitiendo tres breves bramidos. Como todos los cazadores victoriosos, anuncia así su llegada, con su bolsa de bambú bien provista, con sus sandalias de plástico made in China deslizándose con facilidad sobre los regueros de barro y la gravilla, entre las casas sobre pilotes. El joven Adi vive en Damro, un pueblo de 1.000 habitantes colgado a 800 metros de altura en una colina del Arunachal Pradesh. Este estado indio, limítrofe de China, de Bután y de Birmania, está repleto de bosques, de ríos y de montañas aún poco explorados, de no ser por las poblaciones locales, mayoritariamente “tribus catalogadas” [scheduled tribes] de lengua tibeto-birmana. Damro se encuentra a seis horas de jeep de la capital del distrito, Pasighat, un antiguo cuartel británico situado en el valle de Siang.
Preservada hasta los años 2000, la vida del valle rápidamente se puso a tono con la economía mundial con sus publicidades, sus bancos privados, sus bienes de consumo chinos e indios baratos. En Damro, la electricidad es intermitente, pero todo el mundo posee un teléfono celular. En los escasos canales de televisión, las teleseries indias chillonas cautivan a los espectadores. Sin embargo, las festividades y cultos agrarios ritman todavía las actividades de los pobladores, que para su subsistencia dependen de la agricultura alimentaria y de la caza. Los Adi profesan una forma de religión que mezcla la mitología con las prácticas chamánicas y sociales que durante largo tiempo escaparon a toda institucionalización...
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