La producción de los smartphones se caracteriza por estar sembrada de conflictos: desde el financiamiento a las milicias para extraer minerales en la República Democrática del Congo hasta las deplorables condiciones de trabajo en las fábricas de ensamblaje asiáticas. Una empresa social holandesa ha decidido rebelarse contra este modelo.
Con mil cuatrocientos millones de equipos fabricados en 2015, el smartphone (“teléfono inteligente”) se ha convertido en un producto emblemático de la economía globalizada, resumida al dorso de cada iPhone con la siguiente frase: “Diseñado en California, ensamblado en China”. Las dos marcas principales, Apple (231 millones de equipos en 2015) y su rival surcoreano Samsung (324 millones) han entablado una competencia feroz. Esto se traduce en condiciones de trabajo deplorables en las fábricas de ensamblaje asiáticas, que fueron puestas en evidencia por varias olas de suicidios en Foxconn –uno de los principales subcontratistas chinos–. En agosto de 2015, Samsung se vio obligado a crear un fondo de setenta y ocho millones de euros para indemnizar a los empleados de sus fábricas, donde se registraron doscientos casos de leucemia. Por su parte, Huawuei, el tercer productor de smartphones, debió cerrar una de sus fábricas en 2014 por acusaciones de explotación laboral infantil. Además, en el proceso de producción de estos teléfonos se utilizan más de treinta minerales provenientes de varios continentes. Éstos se extraen de las entrañas de la Tierra sin considerar el impacto social o ambiental de este procedimiento, que a su vez atiza el fuego de conflictos armados, como sucede en la República Democrática del Congo (RDC).
Entonces, ¿producir un teléfono celular respetando a las personas y al medioambiente es una utopía, una misión imposible? Fairphone, una empresa social holandesa, decidió aceptar el desafío. Desde la primavera boreal de 2013, ha vendido sesenta mil ejemplares de lo que presenta como un “teléfono ético”...
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