Ante cada fin de semana largo aumentan los consejos de sentido común, conducir sin exceso de velocidad, descansar cada cierto tiempo de ruta, abrocharse el cinturón de seguridad, etc. Siempre focalizados en el comportamiento individual de los conductores, sin referirse a las causas profundas de los accidentes carreteros.
He aquí una inversión de tendencia de la cual poco se habla. Por primera vez desde la adopción, en 1972, de políticas de seguridad vial en Francia –una época en la que se registraban anualmente más de 18.000 fallecimientos en accidentes de tránsito–, la disminución de la cantidad de muertes se ve contrariada en los dos últimos años. Habiendo aumentado un 3,5% en 2014, la mortalidad creció un 2,4% en 2015, alcanzando a 3.464 personas. Y los primeros cálculos mensuales para el 2016 confirman este incremento: se registró un recrudecimiento de fallecimientos en los meses de febrero (8,5% más con respecto a febrero de 2015), marzo (3% más) y mayo (10% más).
Para explicar este fenómeno, los poderes públicos ponen generalmente en tela de juicio las conductas individuales, como si frente a los accidentes de tránsito todos fuesen iguales. En la página web del Ministerio del Interior francés, del cual depende la Dirección de seguridad y circulación vial (DSCR), puede leerse: “Es responsabilidad de todos tener conciencia de nuestro deber cívico y actuar para que se reduzca la cantidad de muertes en accidentes de tránsito”. Sería pues responsabilidad de todos controlar los impulsos cuando se está manejando, no tomar, ponerse el cinturón de seguridad, respetar los límites de velocidad, etc. Pero nadie se atreve a pensar que el acto de manejar, por más individual que sea, podría estar determinado por las desigualdades sociales y que el aumento de las muertes podría ser producto de la precarización de las clases populares...
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