América Latina se enfrenta, sola y desarmada, contra su más temido fantasma: la crisis de las materias primas, debido a una contracción de la demanda internacional que escapa a las variables bajo control de los Estados. Chile no es la excepción. Con el precio del cobre bajo US$ 2 por libra las arcas fiscales se contorsionan al constatar que no hay “un puto peso”, en palabras del presidente ejecutivo de Codelco Nelson Pizarro. Si para otros países crecer al 2% por tres años seguidos sería un dato satisfactorio, para Chile estas cifras son durísimas, dada la precariedad del empleo y los bajos salarios de la población.
Para el sentido común chileno es difícil dejar de sentir nostalgia por una economía que crecía a un 7,1%, se mantenía el equilibrio en el comercio externo, se diversificaban las exportaciones, aumentaba el empleo y el salario mínimo subía en 60% en 10 años, especialmente si se piensa que la dictadura dejó un salario mínimo menor al de 1970. Hoy todo muestra el fin irreversible del ciclo inaugurado por el boom que permitió al Estado financiar políticas de transferencia de renta (mediante bonos y subsidios focalizados) que contuvieron las más graves consecuencias de la desprotección social, sin modificar las bases de la estructura financiera y productiva heredada.
El gobierno de Sebastián Piñera, lejos de responder a esta crisis de demanda externa, agravó sus efectos. Imbuido de un enfoque cortoplacista, subestimó las señales que anunciaban desde 2013 un grave desequilibrio estructural...
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