Balance de la era Obama

En julio de 2016, durante la convención demócrata de Filadelfia, Barack Obama designó como sucesora a quien fuera durante cuatro años su secretaria de Estado. Un símbolo tanto más fuerte siendo el primer presidente afroamericano de los Estados Unidos el que elegía a la mujer, Hillary Clinton, que podría ser la primera presidenta del país. Como hoy los negros de Estados Unidos, las feministas descubrirán quizás, llegado el momento, que hay que desconfiar de los símbolos, menos determinantes que las estructuras que prometen derribar y que apenas rozan.

En junio de 2008, apoyado por una multitud feliz y confiada, Obama exclamaba: “Nos vamos a poder acordar de este día y decirles a nuestros hijos que fue entonces cuando empezamos a brindarles cuidados a los enfermos y buenos trabajos a los desempleados; que fue entonces cuando la subida de los océanos empezó a bajar y el planeta empezó a curarse; que fue entonces cuando le pusimos fin a una guerra, garantizamos la seguridad de nuestra nación y restauramos nuestra imagen de última esperanza sobre la Tierra”.

Retórica incandescente, política indolente
A falta de haber merecido un Premio Nobel de la Paz, Obama podría haber ganado un trofeo de elocuencia. Porque ya sea que se trate de las relaciones de Estados Unidos con el mundo árabe (4 de junio de 2009), de las desigualdades que marcan a la sociedad estadounidense (6 de diciembre de 2011), de los persistentes odios raciales (26 de junio de 2015), la huella de su presidencia deja al descubierto una estela de bellos discursos repletos de verdaderos momentos de emoción. Pero con las limitaciones del género… Pronunció trece alocuciones para deplorar que las masacres en escuelas, iglesias o en una discoteca no hubieran puesto nunca en tela de juicio la venta libre de armas de fuego. A punto tal que su tono por momentos pareció el de la exasperación: “En cierta forma se volvió una rutina –decía enfurecido al día siguiente de una nueva matanza–. El (...)