El 31 de octubre de 2016, el Senado brasileño votó la destitución de la presidenta Dilma Rousseff. La llegada al poder del ex vicepresidente, el conservador Michel Temer, pone a la izquierda frente a un doble desafío: los desvíos de conducta del Partido de los Trabajadores afectaron su credibilidad precisamente cuando la derecha vuelve a la ofensiva.
Después de cuatro elecciones presidenciales sucesivas ganadas por el Partido de los Trabajadores (PT) desde 2002, las fuerzas conservadoras lograron reorganizarse para derrocar a la presidenta Dilma Rousseff y reemplazarla por el ex vicepresidente Michel Temer. Más que dudosa en el plano jurídico, la maniobra no habría resultado tan sencilla si el PT no hubiera cometido tantos errores. Renunció a solicitar la movilización popular, llevó a cabo repetidas alianzas con diversos sectores de la derecha (algunos de los cuales luego trabajaron en su derrocamiento) y escogió responder a la crisis económica por la vía de la austeridad, a riesgo de amplificar el descontento social. Tales decisiones no facilitaron la emergencia de una reacción amplia frente a la ofensiva de la derecha.
Una vez en el poder, Temer no tardó en poner manos a la obra. Su receta: un liberalismo frenético en el plano económico y un conservadurismo militante en el ámbito político. Sus primeras decisiones esbozan ya un período de regresión social sin precedentes en la historia reciente del país...
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