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¿Administrar, gestionar... o enriquecerse?

Desde el ingreso, el impacto es fuerte. Aquí no hay requisa. Mejor aún: el joven que abre la puerta de la cárcel de la ciudad de Itaúna, en el Estado de Minas Gerais, es un detenido. En este centro, los presos tienen las llaves y desempeñan también el papel de guardias.

La cárcel dispone de rejas y cerrojos, y los detenidos en régimen de encierro no salen de un perímetro bien definido: un edificio compuesto de un patio, celdas, un comedor, talleres de trabajo, aulas y un lugar de recepción para las familias. Quienes tienen un régimen semiabierto también atraviesan rejas para salir al terreno lindero a la cárcel y trabajar en el jardín, la panadería o incluso la cocina. En la entrada, un gran cartel azul indica el número de fugas desde 1997: 101 intentos, pero... ¡86 retornos! A veces, las familias de los fugados logran convencerlos de volver; también sucede que ellos mismos dan marcha atrás, conscientes de que acaban de agravar sus casos.

“Aquí tratamos a los detenidos como seres humanos en proceso de recuperación. Nuestro objetivo es hacer que recobren la confianza y reformular con ellos el contrato que los liga a la sociedad. La familia participa activamente en esta rehabilitación”, explica Valdeci Ferreira, director general de la Asociación de Protección y Asistencia a los Condenados (APAC)...

Artículo completo: 239 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de marzo 2017
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Anne Vigna

Periodista.

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