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Detener la máquina que empuja hacia el abismo

¿Cómo pensar la catástrofe?

“El PIB probablemente se vea afectado, pero no será una catástrofe macroeconómica”, aseveró el ministro de Hacienda Rodrigo Valdés luego de los incendios forestales de enero de 2017, los mayores en la historia de Chile, y que consumieron 587.000 hectáreas entre Coquimbo y Los Lagos. Macroeconómicamente, desde la “tiranía de los promedios”, Valdés puede tener razón. Hacienda calcula las pérdidas en US$ 1.750 millones, lo que llevaría a una disminución de sólo el 0,7% del PIB nacional durante el primer cuatrimestre de 2017. Pero si los incendios de este año no son una “verdadera catástrofe”, habría que preguntarse entonces qué situación es la que merece ese calificativo.

Catástrofe es una palabra que heredamos del drama griego. La katastrophé se formó por la unión de la raíz kata, ‘hacia abajo’, y strephéin, ‘dar la vuelta’, y se usaba en el teatro clásico para nombrar aquel momento en el cual los acontecimientos se “volcaban hacia abajo”. Ese instante donde Medea mata a sus hijos. O cuando Fedra, despechada, acusa a Hipólito de haber intentado violarla. Es el punto de inflexión en la trama. Solo en el siglo XVIII se comenzó a usar como analogía, para describir metafóricamente los desastres en la vida real. La fuerza elocutiva de la palabra “catástrofe” permitió expresar emocionalmente lo que pasa en el interior de quienes sufren aquel instante en el que los hechos se tuercen para peor. Un momento que a todos los involucrados, incluso los que aparentemente se benefician por el vuelco, les lleva a un estado de vida peor al anterior a los hechos catastróficos...

Artículo completo: 283 palabras.

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Álvaro Ramis

Teólogo, doctor en Ética Aplicada.

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