“Lo único previsible de [Donald] Trump es que será imprevisible”.
Globalmente pertinente, esta reflexión de Noam Chomsky lo es menos si se trata de Medio Oriente. Tres tomas de posición del candidato republicano jalonan su futura política presidencial frente al conflicto israelí-palestino: el compromiso de trasladar la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén; la negativa a considerar la colonización de los territorios ocupados desde 1967 como un obstáculo al proceso de paz; la decisión de ya no presionar más al gobierno israelí para que negocie. Al menos dos designaciones resultan igualmente significativas: la del yerno del presidente, Jared Kushner, quien sostiene financieramente a los colonos, para la función de “asesor principal de la Casa Blanca”; y la de David Friedman, quien preside la asociación Amigos de Beit El, un viejo asentamiento judío en Cisjordania, para el puesto de embajador en Israel. El diplomático improvisado expresó de inmediato su “impaciencia” por trabajar “desde la embajada estadounidense en la capital eterna de Israel”.
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