El tema de las crisis ha dominado el debate público de los últimos años, tanto dentro como fuera de Alemania: desde la crisis financiera de Estados Unidos y la crisis económica de Europa, hasta los incesantes conflictos de Medio Oriente y sus múltiples consecuencias (como el fenómeno a menudo conocido como “crisis de los refugiados”). Este discurso que gira continuamente en torno a las crisis tiene efectos de amplio alcance. En primer lugar, tiende a restringir el margen disponible para las decisiones sobre políticas públicas, cuya elaboración queda reducida a la gestión de crisis que, por definición, es una dinámica meramente reactiva. En segundo lugar, y al filo de la paradoja, el actual discurso de crisis también parece restringir el espacio disponible para el debate sobre las causas de los graves problemas con los que se relaciona, al menos en el ámbito de la política.
Necesitamos un pensamiento que trascienda la noción de crisis, en particular si la crisis se percibe como una disfunción social momentánea cuya solución no requiere cambios estructurales de mayor magnitud. De ahí que iniciemos estas reflexiones con una exhortación a profundizar el análisis, ya que de lo contrario será imposible construir un futuro mejor. Con este objetivo en la mira, vamos a examinar la teoría feminista contemporánea. La idea puede sonar desatinada –porque el feminismo es para muchos un programa político sectorial, ipso facto inadecuado como soporte de consideraciones políticas generales–, pero aquí intentaremos demostrar precisamente lo contrario. A fin de cuentas, lo que nosotros solemos concebir como un estado de crisis es, para la teoría feminista, una condición permanente que jamás se confundiría con una molestia pasajera. El feminismo –en sus diferentes formas y contextos– ha reaccionado a situaciones de persistente desigualdad desde que nació...
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