La especialización de las economías nacionales provoca en Dinamarca, como en los países vecinos, la relegación de partes del territorio nacional a la periferia. Pero las amenazas que pesan sobre la cohesión social conducen paradójicamente a un relanzamiento de la democracia local que favorece los emprendimientos regionales.
“Vejlby era una comunidad próspera del norte de Jutlandia. Contaba con tres almacenes, un grupo de artesanos y varios granjeros. La fiesta estival reunía anualmente a ciento cincuenta visitantes durante tres días. Reducida a media jornada, ya casi no atrae más que a unas treinta personas. El gobierno suprimió las paradas de los ómnibus regionales y los alumnos concurren ahora a una escuela ubicada a unos pocos kilómetros.” Thessa Jensen, profesora asociada a la Universidad de Aalborg, y su hermana Ilka Müller, ingeniera, vieron cómo se fue despoblando su comunidad en los últimos quince años, como muchas otras. Desde comienzos de los años noventa se profundizó la distancia entre regiones urbanas cada vez más pobladas, Copenhague y Aarhus en primer lugar, y periferias en vías de relegación. En 2014, sólo la región metropolitana de la capital producía el 41% de la riqueza nacional, mientras que en la Dinamarca de la periferia, al oeste y al sur, la población envejece y disminuye con rapidez. En esos territorios –llamados comúnmente “plátano podrido” (rådne banan)–, los jóvenes se van, las fábricas y las tiendas cierran, las explotaciones agrícolas no se reactivan y los servicios públicos languidecen...
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