A 100 °C el agua hierve, eso es así. Pero mejor no esperar que la vida de las sociedades se pliegue a las leyes de la física. El hecho de que el 1% de la población se apropie la mayor parte de las riquezas que se producen en la Tierra no hace del 99% restante un grupo social solidario, menos aún una fuerza política en ebullición. En 2011, el movimiento Occupy Wall Street se construyó alrededor de una idea, de un eslogan: “Tenemos en común ser el 99% que ya no tolera la avidez y la corrupción del 1%”. Distintos estudios acababan de confirmar que la casi totalidad de los beneficios de la reactivación económica habían favorecido al 1% más rico de los estadounidenses. No fue ni una aberración histórica ni una particularidad nacional. Prácticamente en todas partes ese resultado se ha reforzado mediante políticas gubernamentales. Los proyectos fiscales del presidente francés Emmanuel Macron, por ejemplo, tendrán como principales beneficiarios a “los 280.000 hogares más ricos, el último percentil (…) cuyo patrimonio está principalmente constituido por colocaciones financieras y acciones de empresas” (1). ¿Quiere decir que el conjunto de los otros tendría tanto en común que podrían federar sus energías para derrocar el orden establecido? Cuando, sin ser uno mismo millonario, se pertenece a la categoría de los privilegiados, es reconfortante sacarse de ahí y fantasear con que se forma parte del mismo bloque social que los proletarios. Pero el “99%” mezcla indistintamente a los condenados de la tierra y a una clase media superior, bastante nutrida, de médicos, universitarios, periodistas, ejecutivos, publicistas, altos funcionarios sin los cuales el dominio del 1% no resistiría más de cuarenta y ocho horas. Juntar peras y manzanas en la misma bolsa del “99%” recuerda un poco al mito fundador estadounidense que pretende por su parte que todo el mundo pertenece a la clase media, que todos o casi son ya ricos o lo van a ser (2). Ahora bien, si la unión hace la fuerza, la cohesión también… La historia nos enseñó que los grandes momentos de comunión, de unanimismo, no duran mucho. Febrero de 1848, (…)
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