En un principio, esta gran esperanza tenía todo de su lado. Santo Tomás y Víctor Hugo, feliz mezcla de inspiración cristiana y anticipaciones humanitarias, de generosidades y credibilidad. También la marcha inexorable hacia la unificación de las naciones en una gobernanza global, como antaño de las regiones en los Estados-nación, e incluso, certezas fuertes y simplistas, como “La unión hace la fuerza”. A lo que se añadía, para el abajo firmante, la sombra asumida del europeo Paul Valéry. Sin duda, “la Europa posible”, a la que él aspiraba, no coincidía con la Unión Europea. No era un resurgimiento debido al Santo Imperio romano germánico, sino la Europa de Albert Camus y de La Pensée de midi: mediterránea y solar, con una pátina católica, finalmente devenida en humanista, pero más cercana a Roma que a Fráncfort. Empezaba en Argel, pasaba por Alejandría, llegaba hasta Beirut, hacía un alto en Atenas, crecía en punta hacia Estambul y subía hacia el norte, por la bota italiana y la península ibérica. En suma, asignaba al lenguaje, la geometría y las creaciones de la imaginación el mismo rol estratégico que nosotros al índice Dow Jones y la tasa impositiva de las empresas...
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