En el transcurso de su primera década de existencia, la Unión Soviética no dejó de revaluar su política exterior, en búsqueda de un equilibrio entre el imperativo de propagar la revolución al extranjero y la necesidad de asegurar la supervivencia del poder bolchevique dentro de fronteras reconocidas.
Al principio, los bolcheviques se cuidaban mucho de formular principios de política exterior. Para ellos, Rusia estaría en peligro en tanto una revolución en los países occidentales industrializados no eliminara la amenaza de una intervención imperialista. Sobre todo porque, en el fondo, el advenimiento del socialismo en Rusia, un país económicamente atrasado, dependía de la ayuda técnica y económica de estos.
Por estas razones, León Trotsky juzgaba con desdén el cargo de comisario del pueblo para Asuntos Exteriores que se le confió tras la toma del Palacio de Invierno en octubre de 1917. El apóstol de la “revolución permanente” no veía mucho interés en establecer relaciones diplomáticas con regímenes capitalistas cuyo final creía inminente. Incluso les había anunciado a los empleados de su gabinete su intención de publicar los tratados secretos firmados por el antiguo régimen con los gobiernos imperialistas, antes de “bajar la persiana” y despedirlos. Apenas diez años después, el ascenso del “sólido, severo y silencioso” Josef Stalin al rango de jefe indiscutido del Partido tranquilizó al Ministerio de Asuntos Exteriores británico. Uno de sus representantes comentaba: “No sorprende que la derrota de la oposición bolchevique fanática [los trotskistas] anuncie una política exterior que recurra a ‘herramientas nacionales’ clásicas”...
Texto completo en la edición impresa del mes de octubre 2017
en venta en quioscos y en versión digital
E-mail: edicion.chile@lemondediplomatique.cl
Adquiera los periódicos y libros digitales en:
www.editorialauncreemos.cl