Dos décadas después de haber vuelto bajo la órbita china, Hong Kong padece la restricción de sus márgenes de autonomía y el aumento de la represión, como lo confirma la detención de tres dirigentes del movimiento a favor del sufragio universal. Sin embargo, una nueva corriente política llamada “localista” comienza a arraigarse en la sociedad.
El 1º de julio de 2017 la nueva Jefa del Ejecutivo, Carrie Lam, prestó juramento con gran pompa en un Hong Kong atrincherado donde se desplegaron veinte escuadrones de la guarnición del Ejército Popular de Liberación. La ceremonia coincidió con el vigésimo aniversario de la retrocesión de la ex colonia británica a China, y el presidente Xi Jinping se desplazó fuertemente protegido. Al cerrar las festividades, confirmó que él era el patrón de Hong Kong: “Cualquier actividad que ponga en peligro la soberanía y la seguridad de China, que cuestione la Ley Básica [una especie de Constitución], que desafíe al poder central o utilice a Hong Kong como base para actividades de infiltración y sabotaje contra China Continental, es un acto que cruza la línea roja y es totalmente inaceptable”. Ya un mes antes, en Pekín, Zhang Dejiang, número tres del Partido Comunista Chino (PCC), a la cabeza del Grupo Central de Coordinación para los asuntos de Hong Kong y Macao, había puesto los puntos sobre las íes: “Bajo ninguna circunstancia el alto grado de autonomía de Hong Kong tiene que servir de pretexto para oponerse al gobierno central”...
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