En el nombre de Nábila, Sophie, Emmelyn y todas las mujeres víctimas de este inhóspito sistema.
Siempre hemos sabido que la “civilización” es un velo que tapa a la bestia con la que hemos convivido por siglos. La naturalización del horror para niñas, mujeres y diversidad sexual ha sido y es hasta nuestros días parte de la cotidianidad ¿Qué mujer no ha sufrido abusos, en diferentes formas, en su vida? ¿Quién no ha conocido casos de violación de niñas por parte de familiares directos? ¿Quién no sabía que el moretón en el rostro de la vecina no era por una caída? ¿Quién, en diferentes épocas, no sospechó o supo que algo raro pasaba en su colegio de curas o monjas?
El sistema se amancebó con la violencia para subsistir y nos educó bajo una estricta norma: ciegas, sordas y mudas. La calificación máxima, un siete, siempre estuvo disponible para la subyugación de la razón y la repetición del pensamiento oficial. La capacidad de crítica o rebelión ha sido castigada con severidad tiránica, religiosa, o con burlas y caricaturas. El poder omnímodo, instalado en la intimidad de nuestra vida, nos obligó a completar la farsa con el silencio encubridor para dar cabida a la mayor violación de derechos humanos de la historia: los de las mujeres.
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