Marzo de 2018, luego del primer y aparentemente último gobierno de la Nueva Mayoría, las grandes consignas levantadas por el movimiento social por la educación desde 2011 -e incluso antes- parecen ya no hacer tanto sentido, o al menos haber quedado descontextualizadas para el grueso del pueblo de Chile. Ante esto, el movimiento estudiantil, que además adolece más de un problema en su interior, debe lograr reagruparse y avanzar hacia un horizonte que hoy parece no ser muy claro.
El movimiento estudiantil chileno a lo largo de toda su historia ha demostrado una enorme vocación revolucionaria, por parajes ha tomado niveles de protagonismo más o menos centrales, pero siempre ha vuelto para irrumpir en la vida pública de nuestro país. Es así como desde hace ya más de diez años se ha forjado un movimiento social por la educación, compuesto por estudiantes secundarios y universitarios, así como también trabajadores y trabajadoras de la educación, que ha problematizado las expresiones del sistema que rige nuestra sociedad en el ámbito educacional.
Han sido años intensos, desde 2006 con las movilizaciones pingüinas, pasando por 2008 con una nueva ofensiva de las y los secundarios, hasta consolidarse en 2011 el movimiento social que más ha marcado la agenda pública desde la vuelta a la democracia...
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