Aquel 11 de enero de 2015, dos millones de personas marcharon en Francia en homenaje a los periodistas de Charlie Hebdo asesinados por los hermanos Kouachi cuatro días antes. Unos sesenta jefes de Estado acudieron a París para expresar su solidaridad. Una semana más tarde, una voz venía a romper esta comunión internacional: un millón de musulmanes de todo el Cáucaso Norte participaron en Grozni, capital de Chechenia, de una manifestación contra la caricatura del profeta publicada en la portada del “número de los sobrevivientes” del 14 de enero. “We love prophet Muhammad”, podía leerse en los numerosos globos rojos en forma de corazón que flotaban por encima de los manifestantes. “Nunca permitiremos que se ensucie el nombre de Mahoma”, advirtió el jefe de la República de Chechenia y organizador del evento. Dos años después, Ramzán Kadirov confirmaba su ambición, cada vez menos disimulada, de erigirse en líder de los musulmanes de Rusia… aunque a Rusia no le gustara. Durante una manifestación contra la represión de la minoría rohingya en Birmania, afirmó: “Si Moscú apoya a los demonios que hoy en día cometen esos crímenes, mi posición será contraria a la de Moscú”.
Las extravagancias que se permite el dirigente checheno frente al poder federal hacen dudar de la estabilidad del pacto firmado entre Moscú y Grozni a mediados de los años 2000. En virtud de dicho contrato, las nuevas autoridades chechenas gozan de un amplio margen de acción en la gestión de sus asuntos internos; pero a cambio, tiene un deber de lealtad infalible respecto del Kremlin. Ello implica la explotación de una población conocida por su larga resistencia a integrar el Imperio ruso a mediados del sigo XIX y por su voluntad de independencia tras la caída de la (...)
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