Veinte meses después del intento de golpe de Estado conducido por una fracción del ejército, 115.000 personas fueron excluidas de la sociedad turca. Algunas murieron en la cárcel; otras viven con el recuerdo de las torturas. La fractura en el interior de la sociedad es enorme y hoy las víctimas son como parias.
Es un pequeño conjunto de monoblocs de un barrio retirado de Estambul, que alberga a la clase media turca, como los hay por cientos en toda la ciudad. Seis torres de hormigón de veinte pisos. Todo el mundo se conoce. Todo el mundo está al corriente de la desgracia que golpeó a una de las familias de la torre C. La de Ravza K., quien por miedo a las represalias da su testimonio bajo un nombre falso. “Estamos en medio de una guerra psicológica que el gobierno libra contra nosotros –dice suspirando esta mujer de 42 años, madre de dos adolescentes–. Cada vez que golpean a la puerta, tememos que vengan a arrestarnos. Nuestra vida puede detenerse de un momento a otro, en un control rutero o a través de una llamada telefónica”.
Tal es el clima resultante de la ofensiva que lleva adelante el presidente Recep Tayyip Erdogan contra su antiguo aliado, el multimillonario y predicador musulmán Fethullah Gülen, fundador del movimiento Hizmet. Tras haber ayudado a Erdogan a acceder al poder a principios de los años 2000, Gülen, que ahora reside en Estados Unidos, se convirtió en el “traidor” que habría iniciado y conducido en secreto los procesos judiciales contra su clan, a fines de diciembre de 2013. Ahora, el presidente lo acusa de haber orquestado el golpe de Estado fallido del 15 de julio de 2016, aunque no presentó prueba tangible hasta el momento...
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