Las agroindustrias del Sur se parecen a las del Norte: sueñan con proyectos fáciles de desarrollo de cultivos de exportación en detrimento de los cultivos destinados a la alimentación de las poblaciones. Tal era el objetivo de la asociación brasilero-japonesa ProSavana en Mozambique, frenada por los campesinos locales.
Nakarari es un pueblo perdido en la sabana, dos mil kilómetros al norte de Maputo, en el distrito de Mutuali. Cerca de cuarenta hombres y mujeres reciben a los visitantes bajo la sombra de un árbol de mango. Algunos están sentados en el suelo, otros en bancos de madera vacilantes. A su alrededor, un grupo de niños saltan como resortes cada vez que una fruta cae de las ramas. El secretario del pueblo toma la palabra. Tiene el rostro curtido por el sol y las manos callosas de quien ha trabajado la tierra durante mucho tiempo. Agostinho Mocernea se muestra severo: “No tenemos que creer en lo que dice el gobierno, tenemos que seguir diciendo que no”. Luego pasa la palabra a los representantes de las organizaciones campesinas, recién llegados de ciudades cercanas. “El gobierno está en un callejón sin salida. Nuestra lucha nos brindó una primera victoria histórica: logramos impedir el saqueo y afirmamos, una vez más, que la tierra es nuestra, de quienes la hemos cultivado por generaciones”, afirma Dionísio Mepoteia, de la Unión Nacional de Campesinos (União Nacional de Camponeses, UNAC). El cuadragenario de voz serena agrega: “Este resultado fue gracias a nuestra unidad. Tenemos que seguir unidos”...
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