Desde los años 1980, la baja de la fecundidad llevó a Hungría a sufrir un declive de población agravado por la creciente emigración. Con un millón de habitantes menos en 30 años, este despoblamiento alimenta todos los fantasmas y las demagogias.
“¿Cómo es posible que después de mil años aún estemos aquí? Quizás, porque siempre supimos que nuestra vida tenía un sentido, que aquí había una cultura, un espíritu y un alma que alimentaron nuestros corazones durante siglos. Hemos conservado nuestro ideal de unidad y de unificación, así como nuestro orgullo nacional”. Era el 15 de marzo de 2018, día nacional de Hungría. Ante decenas de miles de partidarios, Viktor Orbán fustigaba a las “fuerzas globalizadoras”. El Primer Ministro húngaro profetizaba la desaparición de Europa Occidental y hacía un llamado a la juventud que emigró a defender la patria cuya supervivencia se veía amenazada por los flujos migratorios: “Tenemos derecho a existir. […] Si el dique cede, la inundación llegará y la invasión cultural ya no podrá rechazarse”...
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