Sean o no miembros de la Unión Europea, todos los países del sudeste del continente son víctimas de una crisis demográfica sin precedentes: a un balance natural negativo se suma una emigración masiva. La salida de los más emprendedores compromete el futuro económico y político de la región.
Olga, Petar, Marko, Goran, Svetlana... En unas pocas horas, un improvisado “muro de los lamentos”, erigido el 17 de octubre de 2017 en pleno centro de Banja Luka, la principal ciudad de la República Srpska, la entidad serbia de una Bosnia-Herzegovina aún dividida, fue cubierto con cientos de nombres, formando un efímero monumento a una comunidad en vías de desaparición. La organización ReStart Srpska había llamado a los ciudadanos a inscribir los nombres de sus familiares “que se fueron al exterior con la esperanza de una vida mejor”, según explicó su líder, Stefan Blagić. Este joven de 27 años no para de contar a sus amigos exiliados. “Incluso los más instruidos están dispuestos a aceptar cualquier empleo. Es mejor trabajar por 1.000 euros mensuales en un supermercado de Occidente que por 400 euros aquí”. Entre los destinos más populares: Alemania, Austria, pero también Eslovenia...
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