Durante mucho tiempo, el ser humano ha sido considerado como la criatura favorita de Dios, gozando por ello de ventaja sobre todas las demás. Incluso aunque esta concepción del mundo fue perdiendo importancia, su superioridad apenas se puso en tela de juicio. Hoy en día la jerarquía de los seres vivos se ve cuestionada en nombre de una moral que preconiza la igualdad.
Hacía bastante tiempo que los escritos de René Descartes no hacían estremecerse a nadie, a excepción de a estudiantes de Filosofía antes de un examen. He aquí que vuelve a estar de actualidad debido a la ofensiva intelectual de los animalistas. En efecto, estos últimos años se le ha reprochado mucho su concepción del “animal-máquina”, según la cual, “los vivos no humanos son como autómatas desprovistos de conciencia”, por citar al astrofísico Aurélien Barrau. En realidad, Descartes es bastante cauto, al contrario que algunos de sus discípulos, y se pregunta ante todo por lo que distingue al animal del hombre: afirma que este último, a diferencia del animal, nunca podría ser tomado por un autómata, puesto que dispone del lenguaje que signa el pensamiento, independiente de una señal de los órganos de los sentidos que automáticamente generan una reacción: “La palabra es el único signo y la sola marca segura del pensamiento escondido y encerrado en los cuerpos”...
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