A lo largo de la historia han existido diversos sistemas de ideas religiosas, teorías políticas, propuestas morales y valoraciones culturales que han postulado interpretaciones a las relaciones de género, producidas adaptativamente en las diversas sociedades. En la actualidad esto no es distinto y nada indica que en el futuro las cosas vayan a ser diferentes. La evidencia sólo nos muestra una cosa: la única continuidad histórica en la forma cómo se han establecido las relaciones entre los géneros ha sido su cambio permanente. Este estado “continuo cambiante” ha exigido procesos de legitimación ideológica, que, apelando a criterios de razonabilidad, propios de cada contexto, han buscado cohesionar y dar estabilidad a un orden sexual establecido.
Esta realidad ha sido analizada durante décadas por medio de diversos enfoques analíticos que han utilizado la biología, el derecho, la medicina, la historia, las ciencias políticas, la sociología, antropología, literatura, lenguaje, los estudios sobre cine y medios de comunicación para consolidar un campo interdisciplinario abocado al análisis del género como categoría central. Los “estudios de género” han logrado así un espacio cada vez más importante en la vida académica, permeando un proceso social y cultural que ha tendido a “desnaturalizar” las categorías y paradigmas que han definido normativamente este ámbito de la existencia humana. “Desnaturalizar” implica reconocer el carácter cambiante de las relaciones de género, su construcción social e histórica, su variabilidad cultural y su evolución tempo-espacial. Estos estudios se han desplegado por medio de diversos enfoques, que difieren entre si en múltiples énfasis, metodologías y perspectivas...
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