Una pequeña empresa de alquiler de DVD por correspondencia nacida en 1997, llamada Netflix, se ha convertido en una plataforma de video a la carta que tiene 140 millones de abonados en 190 países. El acceso es ilimitado, sin publicidad, y personalizado. Actualmente, todos los dispositivos conducen a Netflix, que busca imponer sus reglas.
La historia empezó con una proeza tecnológica: se trataba primero de ganarle a las descargas ilegales. Netflix diseñó, pues, una interfaz de una fluidez remarcable. En todos lados, todo el tiempo, sin perder conectividad, la resolución de la imagen se adapta a la velocidad de conexión de un número exponencial de usuarios. Netflix aplica esta “escalabilidad” (scalability) a través de su programa Open Connect y gracias al servicio “clood” de Amazon. Costo estimado: entre 30 y 80 millones de dólares por mes. Condición necesaria para alejar a los potenciales clientes de las descargas piratas.
Para fidelizarlos, es necesario contar con contenidos atractivos. Desde fines de los años 2000, Netflix negocia derechos de emisión con los estudios hollywoodenses y aprovecha el auge mundial de las series (Friends, La casa de papel, etc.) –que representan, en término de horas de programación, más de dos tercios del catálogo y de las visualizaciones–. Pero, desde el inicio, apuntó también al público de nicho...
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